México: Islas Marías, del horror al amor

México, 19 feb (PL) Frente a las costas de Nayarit, en el Pacífico mexicano, hay una breve constelación de tres islas que forman un minúsculo archipiélago poblado de una flora y fauna atractivas, con especies endémicas, y un mar casi siempre embravecido.

Sus playas son espumosas y sonoras, poco plácidas pero envolventes aun cuando en muchas partes terminan en arrecifes y rocas puntiagudas que hieren los pies desnudos; en otras las aguas se estrellan en un acantilado también rugoso y agresivo, pero en ciertas partes hay arena fina, de granos brillantes a los rayos del sol.

Curiosamente todas se llaman María, excepto una cuarta, pequeña, de poco más de nueve kilómetros cuadrados, que se nombra San Juanito. Las otras son María Madre, María Magdalena y María Cleofas, y en total suman una superficie de 244,97 kilómetros cuadrados.

No hay lugar a equívocos en su tamaño. Están medidas milimétricamente al menos por una decena de generaciones de guardias e ingenieros castrenses, no porque sean un estratégico enclave militar, sino porque ese archipiélago fue convertido desde 1905 en un penal poco homologado, salvo el de Alcatraz, aquel temible antro de San Francisco al que a menudo se le compara.

La distancia de 112 kilómetros que las retraen de la costa de Nayarit también está calculada en términos biofísicos y de resistencia humana o capacidad de sobrevivir, y no solo por el gran tramo que las separan de tierra firme, sino por la fuerza de las olas y las corrientes que virtualmente impiden atravesar a nado.

Dicen que hay un reo que logró la hazaña de llegar a la otra orilla, y por tal proeza debió pasar a la historia, pero regresó a la cárcel porque al final lo volvieron a aprehender.

Lo cierto es que las Tres Marías -cuyo nombre se debe a los colonialistas españoles y sus creencias pues seguramente tenían su nombre en náhuat cuando las «descubrieron»- desde 1905 cuando el dictador Porfirio Díaz las convirtió en prisión, dejaron de pertenecer al mundo racional para convertirse en un lugar de locura, horror y espanto.

Hacia allá no viajaban turistas, ni investigadores de todo tipo, ni etnólogos, naturalistas, historiadores, sino asesinos, ladrones, pervertidos, gente infame que ni las paredes de los peores penales en la ciudad podían frenar.

Pero en las islas lo reducían a la obediencia a golpe de torturas y maltratos, hasta que las constantes denuncias ablandaron en algo la mano enlatigada de los carceleros.

Hacia allí, para hacer más indecoroso el castigo, enviaban para que se confundieran en la morralla antisocial a los presos políticos, y fueron famosos entre estos el escritor y poeta José Revueltas solo por ser comunista, y la religiosa Concepción Acevedo, «Madre Conchita», acusada sin pruebas ni evidencias de ser la autora intelectual de la ejecución de Álvaro Obregón.

Mas, 113 años después de la existencia de aquel infierno, el nuevo gobierno de México reivindica el paraje como lugar de historia y proclama que lo convertirá en centro de estudios medioambientales, de investigación y recreación para niños y jóvenes, devolviendo así al patrimonio cultural del pueblo mexicano, uno de los paraísos naturales más bellos de este país.

Como acto de desagravio, el futuro centro llevará como nombre el título de la primera novela de José Revueltas, Muros de Agua, en la que describe los sufrimientos y agonías de aquellos reclusos sin identidad ni existencia a los que durante más de un siglo quemaron sus almas y sus vidas en las calderas del diablo de las Tres Marías.

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